ITALIA 2018

Yo, que nunca pensé en hacer un crucero, tuve tan buena experiencia en el primero que unos años después decidimos repetir. Esta vez la experiencia cruceril no fue tan buena, debido a la masificación en el barco. Aun así fue emocionante poder quitarme la espinita de varios destinos imperdonables. Ver Roma, aunque fuera fugazmente, ver Pompeya, aunque un tanto accidentada y ver la archifamosa Torre de Pisa hicieron que este viaje mereciera la pena.





Partimos de Barcelona temprano. Para poder llegar a tiempo decidimos hacer noche en Zaragoza. Nuestro barco se llamaba Sovereing, un antiguo buque perteneciente a Royal Caribean, adquirido por la empresa Pullmantur. A pesar de ser un barco antiguo estaba en bastante buen estado de conservación.






El primer día de crucero fue de navegación. La práctica totalidad del pasaje, 2400 personas decidieron pasar el día en la piscina. A pesar de que nuestra hija estaba loca por meterse al agua, intentamos no estar aquí mucho tiempo. De hecho ella misma intentaba ir a otro sitio cuando se encontraba muy masificada.





La popa siempre es una buena opción a la cubierta de piscinas. Se respira una gran tranquilidad. Suelen disponer de varias cubiertas y la gente que las frecuenta viene con el objetivo de tomar el sol, o de observar el hipnótico avanzar del barco sobre el mar.







Para mí, el principal atractivo de este primer día consistía en pasar por el estrecho de Bonifacio. Una pequeña porción de mar de apenas 12 kilómetros que separan la francesa isla de Córcega de la Italiana isla de Cerdeña. En la foto se pueden ver Córcega a la izquierda y Cerdeña a la derecha.






Este es el pueblo de Bonifacio en Córcega. Situado en una península que desde aquí no se aprecia y sobre unos acantilados al mar.





Y al otro lado del estrecho se encuentra Santa Teresa Gallura, en tierras italianas. Un destino turístico y playero de la costa de Cerdeña







Tras casi 48 horas de haber embarcado llegamos por fin a Nápoles. El monte Vesubio se alza imponente sobre la bahía napolitana.






Nápoles se encuentra edificada sobre varias colinas. Es una ciudad caótica pero con mucho encanto. Pudimos dar una pequeña vuelta antes de dirigirnos hacia Pompeya.






Este es el Castel dell’Ovo o Castillo del Huevo. Cuenta la leyenda que se encuentra construido sobre un huevo mágico y en caso de desaparecer, tanto el castillo como Nápoles correrán un destino trágico.





En primer plano se puede ver el Castel Nuovo o Castillo Nuevo de Nápoles. Tras él, la cúpula de San Francesco da Paola. No tuvimos ocasión de hacer muchas fotos en Nápoles.





Pompeya fue una ciudad romana hasta que una erupción del Vesubio en el siglo I la sepultó bajo las cenizas junto con Herculano y otras poblaciones menores. Ahora está siendo escavada y puede ser visitada.





El Vesubio se puede divisar al fondo. La verdad es que siempre he pensado que la ciudad se encontraba mucho más cerca al volcán de lo que está en realidad.







Estas piedras situadas sobre las calzadas se usaban para pasar de un lado a otro de la calle cuando el agua de la lluvia abnegaba la calzada. Podrían considerarse el paso de peatones más antiguo del mundo.





Uno de los factores que más gente atrae es el de las figuras humanas A pesar de lo que mucha gente cree, estas figuras no contienen cadáveres, sino que son moldes de yeso a partir del hueco dejado por los cuerpos en la ceniza solidificada. 





El calor de Pompeya era sofocante. Eso y las pocas horas de sueño hicieron que nuestra hija no tuviera precisamente su mejor día. Si a eso le sumamos que la guía prestaba poca atención a los visitantes y que Pompeya estaba abarrotada, degeneró en una situación en la que acabamos perdiendo a la guía de vista y una cierta inquietud a perder también el autobús de vuelta. La verdad es que fue una visita un tanto accidentada.






Frente a la bahía napolitana se encuentra la isla de Capri. De haber tenido más tiempo nos hubiéramos acercado a visitarla, pero teníamos que partir hacia Roma. Nos queda pendiente otra visita tanto a esta isla como a la costa Amalfitana.






A nuestra partida, de nuevo el Vesubio, omnipresente sobre la Bahía






Hay una zona en los cruceros que me gusta especialmente. Varias plantas más abajo, lejos de la Cubierta de piscinas donde suele andar todo el mundo, se encuentra la cubierta principal. Esta, da la vuelta por completo al barco y es donde se encuentran los botes salvavidas, las grúas para bajarlos y demás artilugios necesarios para la navegación. Además,  está repleta de mesas, sillas y butacas, que dan un aspecto parecido a los antiguos cruceros que surcaban el atlántico a principios del siglo XX y que suponían el único medio de transporte en una era anterior a la aviación moderna. Una imagen más romántica de los viajes en barco que la que se aprecia en la concurrida cubierta de piscinas.







Nuestro siguiente destino fue Roma. Imposible ver esta ciudad en las escasas tres horas de las que disponíamos incluida comida. Pero como no acercarse a verla estando en Civitavechia, apenas a 80 kilómetros de ella. Nuestro paso fue fugaz pero mereció la pena. Aquí podemos ver el Circo Máximo. Donde se realizaban la archiconocidas carreras de cuadrigas.






Este es el teatro de Marcelo. Anterior al propio Coliseo, una adinerada familia renacentista decidió construir su residencia en lo alto del teatro.





A pesar de que la basílica de San Pedro le roba todo el protagonismo, esta iglesia es la catedral de Roma. Se trata de la Basílica de San Juan, cuyo obispo es el propio Papa.






Uno de los sitios más concurridos de Roma suele ser la Plaza de España. Me sorprendió, después de haber visto numerosas fotos, que sus escaleras no estuvieran repletas de gente. También es cierto que hacían un calor sofocante para estar sentado a pleno sol.







La Piazza Venezia es el centro neurálgico de Roma. Una estatua de Vittorio Emanuele II, primer rey de Italia la preside. Imposible no pasar por aquí para moverse de uno a otro lugar visitable.






El  Foro de Trajano se encuentra a mitad de camino entre la Piazza Venezia y el Coliseo. Al fondo se puede ver la torre de la milicia. Una fortificación Medieval.





 Seguramente será el Coliseo el principal monumento de Roma y mi principal objetivo en esta visita. Las distancias en Roma engañan y resultaba muy complicado llegar hasta aquí andando, máxime con una niña de cuatro años, así que optamos por coger un taxi. Me hubiera gustado poder entrar pero nos tuvimos que conformar con sentarnos en una sombra y contemplarlo durante unos minutos.





El arco del triunfo de Constantino está situado frente a l Coliseo. Data de los últimos años del imperio romano y se encuentra en bastante buen estado de conservación.





El Foro romano implicaría una visita extensísima e interesantísima que tendrá que esperar a una mejor ocasión





Tampoco es el taxi el medio de transporte más recomendable debido al tráfico. En Piazza Nabona tuvimos que recurrir urgentemente a una bicicleta tipo rickshaw. Nos sentamos en un restaurante a comer pero la comanda se demoró ligeramente. Llego un momento que teníamos 40 minutos para comer y llegar a la fontana di Trevi y habíamos calculado el trayecto hasta la fontana en 20 minutos. Al final nos tuvieron que empaquetar la comida y llevárnosla en un rickshaw que paré repentinamente en medio de la calle.





La Fontana di Trevi estaba absolutamente abarrotada. El autobús de vuelta al barco nos esperaba en las inmediaciones de la plaza y nos encontrábamos con la comida en la mano y la imposibilidad de comérnosla en las escaleras de la Fontana. Al final tuvimos que comer sentados en un poyete en medio de la calle.






Pudimos ver esta imagen del Vaticano desde el autobús de regreso a Civitavechia. Como otras muchas cosas en Roma tendrá que esperar una mejor ocasión.





Una de las cosas que recordaba de nuestro anterior crucero era lo espectacular que resultaban las puestas de sol. En este crucero no eran menos así que me dediqué a inmortalizarlas. Era casi una cita obligada todas las tardes.





A medida que los días pasaban, la fiebre por las piscinas disminuía. Dependiendo de la hora hasta podían ser tranquilas.






Tras amarrar en Livorno, desde el barco se ofrecían visitas a Florencia. Eso suponía prácticamente doscientos kilómetros de ida y vuelta. Aunque no conozco Florencia (de momento) y sé que resulta un hecho imperdonable, era una auténtica locura desplazarnos hasta allí, máxime cuando se trata de una ciudad grande con muchísimas cosas que ver.  Así pues, decidimos desplazarnos por la tarde a Pisa, de la cual estábamos apenas a treinta kilómetros.





La entrada a la Plaza de los Milagros de Pisa es espectacular. Caminamos  desde la zona de puestos de recuerdos, paralelos a una muralla, hasta que giramos a la izquierda por una puerta y nos topamos con esta maravilla. Tres edificios grandiosos, construidos en mármol blanco, bajo un cielo azul y un césped verde extremadamente bien cuidado. El primero de ellos, el baptisterio, construido para bautizar a los feligreses y evitar así que entraran en la catedral sin bautizar, tiene una acústica excepcional que nos mostraron en directo.







La famosa torre de Pisa es en realidad el campanario de la catedral, a pesar de que no esté físicamente unida a esta.






La historia de la torre es bastante curiosa. Se construyó hasta la planta tercera y se pararon las obras, ya que se empezó a inclinar por estar construida sobre un terreno blando. Pasado un siglo se retomaron las obras, pero se diseñó ladeada hacia el otro lado para compensar un poco su inclinación. Dicha corrección se puede apreciar sobre todo en la parte más alta.







Tras las visitas de Pompeya y Roma, un tanto complicadas por la premura y el viajar con una niña pequeña, la visita a Pisa fue radicalmente distinta. Varios factores se aliaron, el haber descansado bien la noche anterior ya que salimos por la tarde, el no pasar excesivo calor, ya que entramos a la catedral y el baptisterio y el ritmo de la guía, mucho más pausado. Todo ello contribuyó a que se portara excepcionalmente bien. 







La catedral por dentro tiene una arquitectura ecléctica, mezclando elementos católicos, árabes y ortodoxos. La guía que tuvimos en Pisa fue fantástica. Contó el porqué de cada motivo ornamental, además de comentarnos datos y anécdotas referentes a las investigaciones realizadas allí dentro por Galileo Galilei, Pisano de pro. Sus explicaciones eran claras y muy interesantes, la verdad es que la visita a Pisa fue un placer.






Después de este periplo por tierras italianas, tengo la sensación de haber saldado una cuenta pendiente. Tras haber viajado por otros continentes, era imperdonable no conocer lugares como Roma, a penas a tres horas en avión de mi casa. Una vez cumplido tal desagravio, tocaba poner rumbo a la costa azul francesa, hacia nuestro próximo destino: Mónaco.