He visto cosas que yo mismo ni creería.
Siempre me ha gustado ver que hay más allá. Ya desde pequeño
me gustaba descolgar muñecos por el patio de mi casa atados a un cordel, para
que descubrieran lo que había al fondo. Debía ser un apasionante viaje para ellos.
Desgraciadamente la situación económica de mi familia cuando
yo era pequeño no era muy boyante. A pesar de ello, mis padres no escatimaron
esfuerzos para recorrer todos los rincones del país, viajando de camping en
camping a bordo de nuestro Renault 12. Gracias a ellos conocí mis dos destinos
patrios favoritos, la exuberante Asturias y la magia de la Alhambra.
Sin embargo, las fronteras internacionales suponían un
obstáculo rara vez sobrepasado. Mis padres en ocasiones cedían a mi insistencia,
pero sé que no se sentían cómodos ante la posibilidad de sufrir una avería o
algo parecido y encontrarse con la barrera del lenguaje para recibir ayuda.
Lo mismo que inspiraba ese temor, era lo que yo encontraba
apasionante. Gente hablando en otro idioma, carteles ilegibles, incluso el
distinto formato de las señales de tráfico me resultaba sugestivo. En cualquier
caso recuerdo con mucho entusiasmo aquellos viajes.
Por otro lado, he tenido la fortuna de crecer en una casa
con una gran cantidad de libros. Y recuerdo especialmente un grupo de ellos
llamados “Maravillas del mundo”, en los que aparecían textos e ilustraciones de
lugares llamados “Gran muralla China”, “Pirámides de Egipto”, “Torre Eifel”,
“Big Ben”, “Kilimanjaro”, “Cataratas del Niagara”…. ¿Cómo iba yo a imaginar en
ese momento que los conocería a todos ellos, cuando el simple hecho de subir en
un avión era un lujo que apenas podíamos permitirnos? En ese momento era como
estar viendo libros sobre la Luna o Marte. A pesar de mi total desconfianza en
que alguna vez pudiera estar allí, aquellos libros no hicieron más que acentuar
mi pasión por ver mundo.
Pero crecí y el mundo cambió. Y lo que algún día pareció
irrealizable, con el paso de los años empezó a tomar cuerpo.
Mi primer gran salto fue las islas Canarias. Desde pequeñito
había oído hablar de esas islas españolas situadas a miles de kilómetros en las
que siempre era verano, o por lo menos así me lo habían contado. Fue nada más
obtener mis primeros ingresos, cuando al pasar por el escaparate de una agencia
de viajes descubrí que me cuadraban los números. No daba crédito a lo que iba a
pasar ¡Las exóticas y tropicales islas canarias estaban a mi alcance! Encontré
un compañero de viaje y allá que nos fuimos. Ahora podrá parecer un destino
recurrente pero en ese momento para mí era toda una aventura.
El pistoletazo de salida se había dado. Internet empezaba a
despuntar y erar una opción bastante más económica de conseguir vuelos y
hoteles que las tradicionales agencias de viajes. A pesar de que existía una
desconfianza general a que no pudiera ser muy fiable, para mí supuso un empujón a mis
aspiraciones.
De pronto, el mundo
entero daba vueltas en mi cabeza. Egipto, China y demás destinos imposibles
estaban ahora al alcance de mis manos. Mis otras aspiraciones en la vida,
comprarme un coche, una casa, en ocasiones parecían obstáculos económicos que me
impedían conquistar metas mayores. Aun así, con un poco de esfuerzo, pude dar
rienda suelta a mi deseo de ver mundo.
Ahora, casado con una persona maravillosa, que soporta con
paciencia infinita todas mis ansias de ir a todas partes y sin la que no
concibo viaje alguno y con una hija que ha rediseñado mi forma de viajar, pero
con la que me gustaría seguir descubriendo cada rincón del planeta, sigo
teniendo ese apetito voraz de descubrir lo desconocido.
Para mi este blog nunca estará completo. Inspirado por el blog
La Ruta del Trotamundos del gran Bernard Cloutier, a quien me hubiera encantado
tener el gusto de conocer, espero ir completándolo a lo largo de los años.