República Dominicana 2010



En le invierno de 2010 realizamos el viaje a Republica Dominicana. La verdad es que era uno de los últimos sitios a los que yo iría ya que el tema Resort - Todo incluido no es ni por asomo mi idea de viaje interesante.
Yo prefiero ir por mi cuenta a algún lugar en el que moverme y descubrir nuevas culturas, monumentos, gentes y lugares.
Pero las circunstancias de aquel momento, propiciaron que buscáramos un destino para relajarnos y descansar y hay que decir que Republica Dominicana reunía todos los requisitos que andábamos buscando y suponía una garantía de buen tiempo que otros destinos no nos ofrecían. Así pues, pusimos rumbo a la isla caribeña de La Española.



Nos alojamos en el hotel Gran Palladium. Se trataba de un gigantesco complejo con varios restaurantes temáticos, varias piscinas y una infinidad de chiringuitos en la playa, de los que podías disfrutar con solo poseer la famosa pulsera del todo incluido.



Los apartamentos estaban situados en bloques de 4 o 6 alojamientos cada uno en medio de una extensísima zona con una frondosa vegetación. Tal era la extensión del terreno que podías tardar más de una hora en dar la vuelta entera al complejo.



La playa debió ser una maravilla antes de estar urbanizada. Esas altísimas palmeras frente al mar le daban un aspecto imponente. Una lástima la masificación de gente que hay en la orilla.



Tal es la vegetación que las palmeras prácticamente se adentran en el mar. Aunque el agua era azul turquesa el mar tenía cierto oleaje. Esto se debía a que playa Bávaro se encuentra al norte de Punta Cana y las aguas que lo bañan, aunque sea por unos pocos kilómetros, son atlánticas en lugar de caribeñas.



Como curiosidad frente a la playa se encontraba un barco hundido. Sorprende que se trate de un naufragio provocado. Este barco fue hundido para crear una zona para la  práctica del buceo aprovechando el arrecife coralino que se creó alrededor de él.



La relajación y el descanso están muy bien, pero yo no puedo pasar mas de dos días en un país nuevo sin moverme del hotel y sin echar un vistazo a lo que hay alrededor, así que salimos a ver parte de la isla.



Republica Dominicana es muy verde. El clima tropical que afecta a la isla de La Española hace que el interior sea prácticamente una selva. La humedad es muy alta, la temperatura muy calida y las precipitaciones abundantes. Afortunadamente nos encontrábamos fuera de la temporada de huracanes.



Las zonas agrarias de la isla están formadas en su mayoría por plantaciones de caña de azúcar. La caña de azúcar es el elemento principal para la elaboración del ron, la bebida por excelencia de la isla y su principal seña de identidad.



Gran parte de la mano de obra en la fabricación del ron es de origen haitiano. Del país vecino, extremadamente pobre, emigra población que es contratada y alojada en las plantaciones durante el periodo de recolección. Posteriormente regresan a su país.



La población más importante del extremo oriental de la isla es Higuey. Desde aquí se organizó la conquista de la vecina isla de Puerto Rico por parte de Ponce de León en los primeros años del siglo XVI, en plena expansión de las colonias europeas por el nuevo mundo.



La construcción más reseñable de Higuey es su iglesia. Dedicada a la virgen de Altagracia, genera el mayor peregrinaje religioso de toda la isla. Cada 21 de enero miles de dominicanos se desplazan por toda la isla para visitar la basílica.



Las comunicaciones en la isla son bastante deficientes. Esta es la carretera más importante que nos llevaba hasta La Romana, una importante población del sur donde cogeríamos un barco hasta nuestro próximo destino.



La romana es una zona bastante turística, sin llegar a la fama de Punta Cana o Playa Bávaro. Aquí podemos ver un barco pirata a modo de atracción. El plan era coger un catamarán hasta alcanzar isla Saona, una pequeña isla prácticamente virgen, situada al sur de La Española y pasar el día allí. La verdad es que el viaje en barco fue para olvidar.



Este es el barco que nos llevó hasta Isla Saona. El traslado consistía en un catamarán con música caribeña (no me atrevo a decir un género) a un volumen descomunal en el que nos repartieron varias botellas de ron mientras la tripulación se empeñaba de manera muy insistente en que bailásemos y bebiésemos. Como se puede ver en la foto el baile no duró mucho, aunque se siguió insistiendo con la música a todo volumen. Se me hizo muy largo.



Desde lejos ya se podía apreciar la frondosidad de la isla. Antiguamente esta isla suponía un importante refugio pirata. Afortunadamente hoy en día a lo único que debía temer era a los decibelios de la música que llevábamos.



Una vez hubimos desembarcado comprobamos que la playa era una maravilla. La arena era muy fina y muy clara lo que le daba al agua ese característico color turquesa. A parte de dos pequeños asentamientos pesqueros que no llegamos a ver, la isla se encuentra desierta.



Al no existir alojamientos, unas pequeñas cabañas cerca de la playa albergan hamacas y material para poder cocinar, para ser usadas por las diferentes excursiones que llegan a la isla. Aquí tampoco consiguieron hacer bailar a mucha gente a pesar de su empeño.



Al encontrarnos al sur de República Dominicana, las aguas que nos rodeaban eran las del caribe. Se notaba sobre todo en lo calmadas que estaban. Esto unido al color del agua daba una imagen prácticamente de postal.



Darse un baño aquí era una autentica gozada.



De vuelta de la isla ya no cogimos el catamarán. Nos llevaron en unas lanchas rápidas hasta La Romana, pero a mitad de camino hicimos una parada en alta mar muy interesante.



Resulta que en medio del mar existe una ensenada en la que haces pie. Puedes bajarte del barco tranquilamente y dar una vuelta a la distancia que se aprecia de las costas dominicanas.



También puedes ver estrellas de mar. La verdad es que después de cogerla como se aprecia en la foto me dio un poco de pena la explotación que se hace de estos animales, ya que todos los días vienen varias embarcaciones a cogerlos y dejarlos en el suelo continuamente.



La imagen hacia nuestra izquierda, mar adentro, en el camino de vuelta, también resulto espectacular. Aunque el color de las aguas de alta mar me resultaba bastante más familiar.



De vuelta en el hotel pudimos disfrutar también de las numerosas piscinas que disponía. Muchas de ellas tenían una barra dentro del agua donde tomar todo tipo de cocteles y refrescos. La verdad es que acabas cansado de los cocteles y yo al final solo tomaba zumos.



Tan grande es el hotel que posee un trenillo que circula por todo su perímetro. Al principio nos subimos en el por curiosidad pero al final acababas cogiéndolo casi por necesidad.



Entre tanta vegetación el hotel posee gran variedad de fauna. Aquí podemos ver una pareja de flamencos.



La playa por la tarde noche me parecía mucha mas acogedora. Poder dar un paseo descalzo al atardecer por la playa en pleno mes de noviembre merece la pena.



Por la noche solíamos salir a cenar por los diferentes restaurantes temáticos. La verdad es que no estaban mal, pero recuerdo con bochorno una cena en una parrilla teppanyaki donde los cocineros dominicanos se dedicaron ha hacer gracias de dudoso gusto.



Y aquí acabó nuestro viaje a Republica Dominicana. Estuvo bien, obtuvimos lo que íbamos buscando y encontramos más o menos lo que esperábamos. Pero no es este un sitio al que posiblemente vuelva en el futuro.